domingo, marzo 27, 2022

La otra cara de la solidaridad

Estos días, con motivo de la guerra en Ucrania, hemos visto un tsunami de solidaridad a nivel planetario. Como toda guerra, esta ha generado un enorme sufrimiento, especialmente en la población civil, víctima de las decisiones del poder invasor. No quiero entrar en el análisis político de este conflicto bélico y sus razones más profundas. Quiero detenerme en otro aspecto esencial que ayuda a paliar tanto dolor: la constancia de una solidaridad sin precedentes. Se ha dado una gran respuesta por parte de oenegés, movimientos, parroquias e incluso particulares que se han organizado para responder a esta situación de conflicto. Son ya miles los muertos por el impacto de los misiles sobre las poblaciones, pero aún son muchos más los que emprenden la huida de su país, como en un gran éxodo, y terminan en campos de refugiados.

Otro ejército pacífico, formado por miles de buenas personas, se ha organizado para llevar a cabo recogidas de alimentos, medicamentos y ropa de abrigo. Desde la parroquia, la iniciativa ha partido de la catequesis. Un grupo de madres ha querido solidarizarse con este gran dolor generado por la guerra, que no sólo devasta casas y ciudades, sino que siega la vida de muchos inocentes. Estas mujeres han querido poner su granito de arena y durante cuatro días consecutivos, puntuales, creativas y diligentes, han estado recogiendo material para Ucrania. Todo se ha embalado en cajas, en medio de un ambiente cordial y solidario, y se ha llevado a una parroquia de Barcelona, donde se irá transportando a Ucrania.

Esta es una cara de la solidaridad: nombres y rostros de personas valientes y creativas, entregadas, que dan su tiempo para contribuir a un hermoso proyecto de paz. Con esto, demuestran su valía y su sensibilidad.

La otra cara la he podido ver también durante estos días. Algunas voluntarias me comentaban, con realismo y preocupación, que para la población que tiene nuestro barrio, la respuesta ha sido muy modesta. La mayoría de cajas recogidas han sido de todo tipo de ropa, no sólo de abrigo, sino prendas con muy poca utilidad para ser enviadas a los campamentos de un país con clima riguroso, en pleno invierno. Lo donado no se ceñía a las necesidades, pese a haberlo indicado repetidamente. El coste elevado del transporte ha obligado a priorizar los alimentos enlatados y el material sanitario, descartando enviar otro tipo de donaciones. Y de esto no se ha recogido tanto como hubiésemos deseado.

La impresión que han tenido algunas voluntarias es que muchas personas han querido aprovechar la petición de ayuda para sacar ropa que no querían y vaciar sus armarios antes de la primavera, librándose de aquellas prendas que les molestan. Es triste que se utilice la solidaridad ante el dolor de una guerra para desprenderse de aquello que ya no se usa. No todos los que han colaborado se han comportado así, por supuesto, pero sí un gran número de personas, y esta actitud ha causado tristeza al equipo organizador.

Pese a todo, sumando y restando, creo que ha valido la pena organizar esta campaña, más allá del éxito en la recogida. Ha servido para movilizar a un equipo valiosísimo de personas que han sido capaces de dar una parte de su tiempo para esta digna labor.

Tenemos por delante un reto: ayudar, con delicadeza y respeto, a que la gente entienda que la solidaridad tiene que ver con nuestros valores, con nuestras referencias morales y nuestra misión en este mundo. Colaborar no es sólo dar algo que te sobra, en un momento determinado. Ayudar es estar en sintonía con las personas necesitadas, dándoles algo que les hace falta y que, tal vez, a ti te puede costar. Ser solidario no es sólo responder a una llamada de cooperación puntual, es un estilo de vida. Puede haber gente de tu entorno: vecinos, amigos o familiares, que también necesiten de ti, aunque no sean medicamentos, ropa o cosas visibles a los ojos de los demás. Que no quepa ninguna duda: la exigencia ética de nuestra respuesta es tanto o más importante que una llamada internacional a donar.

Hagamos descubrir al otro que solidarizarse forma parte de nuestra naturaleza humana. No es moda ni sentimentalismo, es algo que se deriva de un imperativo ético que nos es propio, y que debe impregnar nuestra cultura y nuestros valores. Sólo así conseguiremos que este tsunami, además de ser solidario, también sea efectivo y eficaz.

Ver vídeo en este enlace.

domingo, febrero 06, 2022

La crisis ética de la medicina

Hoy la medicina está en crisis. Más allá de los avances en sus diferentes disciplinas, el enfoque que ha adoptado en los últimos tiempos, primando sobre todo la parte química y farmacológica, ha llevado a una visión reduccionista de la medicina.

Vemos cómo las empresas farmacéuticas marcan una línea terapéutica a seguir, basada en la industria. Son ellas quienes financian la investigación puntera, los congresos médicos y los ensayos clínicos, siempre enfocados a probar la eficacia de tal o cual producto. La persona humana se concibe como una estructura química y celular, una máquina a la que tratar con diferentes sustancias o técnicas quirúrgicas. La medicina alopática ha avanzado mucho, sí, pero olvida que el hombre es más que cuerpo y materia: tiene emociones, sentimientos, recibe impactos y toma decisiones que trascienden lo físico, alterando su conducta y condicionando su psique. Es en este delicado terreno donde la medicina aún no ha encontrado muchas respuestas y debe ampliar su horizonte terapéutico para no caer en la excesiva medicalización de los pacientes.

Una enfermedad a menudo necesita algo más que pastillas. Por otra parte, se ha comprobado que la ingesta prolongada en el tiempo de ciertos fármacos produce efectos indeseados en el paciente, que pueden agravar su enfermedad o provocarle otras. Se sabe que la cuarta causa de muerte no natural en los países occidentales es la mala praxis médica. Son miles de muertes cada año, y esto significa que los medicamentos están provocando muchas muertes. De esto se habla poco en los medios.

Un negocio muy lucrativo

Por otra parte, los colegios médicos, las publicaciones científicas y las fundaciones están siendo inyectados con generosas sumas de dinero por parte de la industria farmacéutica: la ciencia está cautiva de un mercado poderoso, capaz incluso de condicionar las políticas sanitarias de los países.

El médico, recetando a diestro y a siniestro, se convierte en un instrumento al servicio de estas empresas. En ocasiones, lo último que tiene en cuenta es el historial médico del paciente: priman el beneficio y las comisiones que va a cobrar por emitir sus recetas.

Sé de primera mano el caso de personas cercanas cuya salud se ha ido deteriorando por un grave desacierto en las terapias farmacológicas que les han prescrito. No sólo no se han curado, sino que su estado ha empeorado hasta producirles graves trastornos y una dependencia total. Cuando la patología sólo se aborda mediante el suministro de medicamentos, con la cantidad de efectos adversos que producen, el remedio acaba siendo mucho peor que la enfermedad. Los médicos no han actuado como terapeutas, sino como mercenarios del gran negocio farmacéutico. Los pacientes han quedado reducidos a meros consumidores y clientes.

Con esto no quiero generalizar, porque también conozco médicos muy fieles a su juramento hipocrático que se mantienen íntegros y buscan el bien de sus pacientes, explorando todas las alternativas posibles. Como en todos los campos profesionales, es lamentable que muchos reduzcan su noble profesión a un mercadeo por dinero. Y más en el caso de los médicos, cuya misión es el cuidado sagrado del cuerpo humano.

La persona es más que un cuerpo

Me preocupa este reduccionismo de la medicina, porque responde una idea del ser humano muy limitada e inexacta: una visión materialista de la persona, reducida a mero cuerpo, sometida a las leyes físicas y químicas, que se puede manipular a criterio del médico con cualquier producto.

La soberbia de este enfoque, además, sataniza, ridiculiza y acusa de irresponsables a los médicos que adoptan otras posiciones o alternativas. Los critica, tachándolos de chamanes, gurús o charlatanes, cuando a menudo son profesionales que investigan vías terapéuticas valiosas y de interés científico. Pero hay una posición oficial, refrendada por los colegios médicos, que acaba convirtiéndose en tiranía sanitaria. Desde el orgullo médico y el trono de la autosuficiencia, se erigen como jueces, decretando protocolos y terapias, prohibiendo salirse de los carriles que marcan las grandes compañías farmacéuticas, sus mecenas.

La primera máxima del médico es no hacer daño. Como he comentado antes, y por la información que tengo, sé que hay más de 5 000 querellas presentadas contra médicos y hospitales por negligencia y mala praxis. Muchas de estas querellas han sido aceptadas a trámite; los médicos responsables han sido imputados y algunas sentencias han decretado su inhabilitación en el ejercicio de la medicina, así como el cese en sus cargos y responsabilidades. Un ejército de abogados expertos en derecho sanitario está denunciando actuaciones contra la salud de los ciudadanos, cometidas por la clase médica. Es lamentable que esto ocurra en una profesión vocacional como esta. La salud tiene implicaciones éticas y de respeto a la vida de la persona. En la medicina oficial se han dado hechos punibles que jamás hubieran tenido que ocurrir. El médico no es ningún Dios y su gestión debe estar controlada y vigilada para que no se repitan los excesos y abusos. En la historia de la medicina se han cometido hechos muy reprobables que claman al cielo. La medicina ha de volver a poner en su centro al ser humano, la persona íntegra, por encima del dinero y el lucro.

Humanizar el trato paciente-médico es otro reto. Hemos de pasar de la medicina industrial a la medicina familiar y cercana, al cuidado respetuoso, generando una complicidad entre médico y paciente que permita un trato personal y que facilite el proceso curativo. Hemos de rescatar la medicina, limpiándola de todas esas capas que la han transformado en un negocio, manchando la vocación médica y haciéndola caer en el mercantilismo sanitario. Esto pasa por replantearse la propia ciencia médica, despojándola de la tiranía jerárquica y dogmática de las corporaciones y recuperando la relación de tú a tú entre el paciente y el médico.

* * *

Lo veo necesario y urgente. Porque no me parece que sea este el camino que va a tomar la medicina en los próximos años. Con la pandemia, se ha empezado a implantar la teleasistencia, cerrándose muchos ambulatorios y dejando sin atención a muchas personas, sobre todo mayores, que echan en falta la presencia cercana de su médico de cabecera. La medicina también se quiere digitalizar, con toda clase de dispositivos y programas de análisis y medición de las constantes vitales. Se producen muchos avances tecnológicos para el control de la salud y la prescripción de fármacos de última generación, totalmente personalizados y adaptados al paciente. Se invierte mucho en tecnología, pero se pierde el contacto humano, clave en la curación. ¿Realmente estamos avanzando?

domingo, enero 09, 2022

Buscando la verdad

Cansancio y confusión

Hablando con mucha gente, noto un cansancio «pandémico». Desde marzo de 2020 los medios están alimentando el pánico entre la población. Todos los medios, de todo el mundo y a todas horas, no paran de martillearnos sin descanso, día y noche, con noticias sobre la pandemia. ¿Realmente esto contribuye a dar paz y a mejorar la salud de la ciudadanía?

A la hora de tratar con rigor periodístico las claves de esta pandemia, constato una enorme confusión. Los periodistas hablan como científicos y los políticos parecen ir a la deriva, cambiando de criterio y de norma. Los médicos y los sanitarios están desorientados ante los protocolos contradictorios y teledirigidos. Los datos epidemiológicos no se ajustan a la realidad. Mientras tanto, algunas empresas, tanto farmacéuticas como tecnológicas y de otra índole, están amasando beneficios escandalosos.

Si alguien intenta dar otra opinión diferente a las líneas establecidas, se aplica una censura vergonzosa, propia de las peores dictaduras. Se fomenta el enfrentamiento entre partidos y entre grupos sociales, y se descarta favorecer el diálogo entre investigadores y científicos. La opinión oficial se impone, la ciencia se estanca y, mientras tanto, nuevas variantes del virus corren a sus anchas.

Después de intensas campañas de vacunación y de aplicar duras medidas restrictivas, se nos dice que los contagios suben y esto no tiene visos de arreglarse nunca. Se hicieron promesas esperanzadoras con las vacunas, ofreciendo protección contra el virus; ahora ya se está anunciando una cuarta dosis. Con el 90 % de la población vacunada, los contagios se suceden, las UCI están llenas de personas vacunadas y las variantes proliferan. 

¿Qué sucede en realidad?

¿Qué está ocurriendo? ¿Se está diciendo toda la verdad? Nunca avanzaremos si se dogmatiza la ciencia y se cierran otras posibilidades de investigación y tratamiento. La ciencia avanza cuando hay debate, cuando se comparten hallazgos, cuando se estudia y se busca la verdad, aunque los resultados no sean los esperados. Está claro que, desde un punto de vista de la eficacia, todas las medidas tomadas nos han llevado a ninguna parte: parece que estamos igual.

O aún peor, pues las restricciones han hundido la economía y han hecho caer en la pobreza a muchas familias, destruyendo pequeñas empresas y llevando al paro a miles de personas. Nos enfrentamos ante una situación de carencia generalizada, que aboca a muchos a la depresión y al suicidio. Evidentemente, estos datos no se divulgan tanto.

¿Qué sucede? Tengo la impresión de que los medios, con su martilleo informativo, en realidad están confundiendo a la población. Los datos parciales o poco contrastados desorientan a la gente, llevándola a una situación de ansiedad y parálisis por miedo. Cuando tengo ocasión, cotejo ciertas informaciones y me quedo escandalizado ante la falta de rigor periodístico de los medios. No sólo desinforman, sino que a veces mienten. Se han convertido en instrumentos de propaganda al servicio de la mentira y a cambio de quién sabe qué precio. Algunos grandes medios, que estaban en bancarrota, han recibido cuantiosas subvenciones. ¿De quién? Vale la pena informarse y reflexionar sobre ello.

Estos medios, comprados y politizados, han vendido su alma al diablo para mantener sus audiencias o sus lectores. Los periodistas han renunciado a su código ético. Ya no les importa transmitir la verdad, sino mantener su puesto y su salario. Han renunciado a lo genuino de su profesión, que debía contribuir al debate y al equilibrio de la vida política, para mantener el poder a raya. Ya no son informadores, sino mercenarios de empresas mediáticas al servicio del poder.

Artillería psicológica

Enciendo la tele, o la radio, y me resulta vomitivo escuchar una y otra vez las mismas noticias. Bien se puede hablar de terrorismo informativo. No se quiere que la gente piense, se cuestione, haga preguntas sobre la pandemia y la situación mundial. No: nos quieren aturdidos permanentemente, abrumados, manipulados y asustados, para evitar que podamos analizar la realidad. Quieren abducirnos y convertirnos en una masa de autómatas obedientes a su discurso.

Me preocupa que esta artillería sicológica, diseñada por ingenieros sociales que conocen perfectamente sus efectos, contribuya a que muchos ciudadanos caigan de rodillas ante los poderosos y lleguen a rendirles culto. La pandemia se ha utilizado para conseguir una total sumisión de la sociedad a los criterios que vienen de «arriba», incluso renunciando a derechos elementales por los que en otras épocas nosotros y nuestros padres lucharon.

Hablo con mucha gente, y veo que el hartazgo empieza a manifestarse. La gente se pregunta por qué los vacunados, incluso con la pauta completa, enferman y acaban en el hospital, algunos en la UCI. Esto, aparte de los numerosos efectos secundarios que dejan secuelas, a veces irreversibles, en personas a quienes se les arrebata la vida normal que llevaban antes de vacunarse. Muchos conocemos a alguien cercano que ha pasado por esto; se recogen datos sobre los contagios, pero no se recogen debidamente datos sobre los efectos de la vacunación, cuando serían muy útiles para valorar su eficacia y posibles mejoras en el futuro.  

Tregua informativa

Me apena ver a tantas personas diezmadas, con dolor y enormes incertezas. Sabéis que, como escritor, me gusta investigar para tener claro lo que está sucediendo, aunque esto me cueste alguna que otra crítica. La búsqueda de la verdad está por encima del miedo a que te etiqueten los temerosos o los que no quieren que cuestiones nada. En el centro de todos mis escritos hay una búsqueda incesante de la verdad, y no lo dejaré de hacer. Es una exigencia que deriva de mi vocación y que está por encima de todo poder.

Cada vez se están viendo más las grietas en la gestión de esta pandemia, y en ellas se traslucen intereses ocultos e inconfesables. Deseo con toda mi alma que algún día las negligencias políticas y sanitarias sean denunciadas y llevadas ante la justicia, y que se pueda resarcir en la medida de lo posible a tantas víctimas de esta batalla pandémica que se libra en el campo de la comunicación.

Me hubiera gustado que en Navidad, al igual que sucede con otras guerras, se hubiera pactado una tregua y el bombardeo mediático hubiera cesado, aunque sólo fuera un día. Que, por un día, la palabra Covid se hubiera omitido y las personas hubiéramos podido gozar de un descanso merecido después de tantos meses de flagelo informativo.

No cuestiono el virus, sino el tratamiento mediático y político de esta crisis sanitaria que ha invadido nuestras vidas y que está llevando al límite a la población de todo el mundo. No quiero confundir a nadie, pero sí quiero invitar a mis lectores a que nunca renuncien a su capacidad de pensar y al ejercicio absoluto de su libertad. La verdad no está reñida con la esencia del ser humano; Dios nos ha dado una capacidad de raciocinio para penetrar la realidad y hacernos preguntas, siempre buscando el mayor bien para los demás.

domingo, junio 20, 2021

Hambre de dignidad


La realidad de la pobreza tiene varios rostros. Son muchas las razones ocultas que arrastran a algunas personas hacia el arcén de su vida, a causa de situaciones que no han podido gestionar, como puede ser un desamor, una adicción que no superaron o un rechazo social en el que han caído sin querer, dificultades económicas, laborales o incluso familiares. Pero todos pasan por un hondo sentimiento de soledad. Ni la administración, ni la sociedad, ni su entorno más inmediato han sido capaces de resolver, acoger, escuchar ese profundo lamento que tienen en su corazón.

No encuentran respuesta que calme su alma herida. Sienten que todo el mundo los rechaza porque se han convertido en seres improductivos que, además, generan problemas sociales. Abandonados, descartados, se convierten en una masa invisible que deambula entre los vacíos de una sociedad que mira hacia otro lado, porque le duele ver tanto sufrimiento. Prefiere anestesiarse para no oír el grito lacerante. Cuántas personas viven en la bruma, aletargando su capacidad de respuesta solidaria. Pero el gemido de los pobres es un clamor que llega a los oídos de Dios.

Sólo nuestra respuesta, clara, firme y generosa, puede como mínimo suavizar tanta agonía en estas personas fragmentadas, ofreciéndoles razones para ir desafiando, con serenidad, la indiferencia letal. Para muchos de ellos, sobrevivir es una ardua lucha, no sólo por comer, sino por conservar algo tan sagrado como su dignidad.

Escribo esto a raíz de una experiencia que he visto y he vivido. Como cada día, desde San Félix estamos dando de comer a unos 50 indigentes. Hoy he tenido la ocasión de estar más cerca de ellos, especialmente cuando recogían sus tuppers con el menú. Según me cuentan los voluntarios, y hoy he podido verlo, día sí y día no siempre hay disputas entre ellos. Los hay que agradecen la comida, pero algunos se enfadan, gritan y exigen con amenazas. La atención y la acogida puede ser agotadora.

Algo más que alimento

Pienso que el problema no es sólo la falta de alimento y la buena acogida. Ante ese grito, esa necesidad vital que pide de manera apremiante que sea ya, y que lo resolvamos en ese momento, la comida se convierte en un paliativo. Ellos necesitan algo más que llenar su estómago. Cubrir una necesidad básica es insuficiente y no logra erradicar su situación de marginalidad y pobreza. Hacemos lo posible para que esos momentos de reparto sean una brisa suave que les haga sentirse aceptados, queridos y dignos. Y aunque sólo sean unos pocos minutos, que les brinden un espacio cálido y amable. Aunque parezca poco, algo se nota en algunos de ellos, porque te miran a los ojos y te dan las gracias.

Para nosotros, ese momento tan breve es crucial para hacerles sentir que detrás de ese trozo de pan o de esa fiambrera hay una gran generosidad por parte de los voluntarios y de quienes han preparado la comida. Queremos hacerles sentir que son alguien, una persona, un ser digno de ser amado. Para nosotros es extraordinario darles aliento y esperanza: forma parte de nuestra misión como Cáritas y como Iglesia en medio del mundo.

Sabemos que nuestro margen es estrecho porque no tenemos suficientes recursos ni equipamiento, y escaso apoyo de la administración. Quizás sólo tengamos eso: una brisa bajo la sombra de un árbol y unas palabras amables. Pero, frente al calor tórrido de sus vidas, un aire fresco hace eterno ese instante, que necesitan alargar.

Una política injusta

Desde este lugar, en estas trincheras, donde vemos tan de cerca la vulnerabilidad de los pobres, emerge dentro de mí otro tipo de grito. Es un dolor que me sale de las vísceras frente a una sociedad opulenta que vive nadando en la sobreabundancia y aparta a un lado a los que naufragan sin tener nada, lanzados a las mareas de la indiferencia, ahogándose en la más absoluta soledad. Ante el abismo donde se precipitan, me planteo muchas preguntas.

Con la enorme carga fiscal que nos impone el estado, ¿cómo es posible que se destine sólo un 0,52 % o un 0,7 % para las obras sociales y solidarias? Es absolutamente vergonzoso. Me parece más importante levantar al caído que levantar iniciativas que sólo favorecen a unas élites que rodean a los políticos. Cuánto dinero se ha desviado en corrupción y en propaganda, en tráfico de influencias, en favorecer a los amigos o a los afiliados al partido, en comprar votos o invertir en negocios ruinosos que no tienen utilidad pública, pero que enriquecen a unos cuantos. A veces roban directamente, bajo la apariencia de legalidad. Los impuestos sobrepasan en mucho ese mínimo 0,52 %. Aparte de la mala gestión de los recursos públicos, que acaban sirviendo la causa ideológica de los partidos, es un escándalo que, mientras tanto, un número creciente de personas queden descartadas y se vayan convirtiendo en sombras sin rostro y sin nombre. Se da un uso y abuso de los recursos públicos, sin que estos tengan como objetivo primordial cubrir las necesidades reales de toda persona.

Cuando se hacen políticas sin tener en el centro a la persona y sus necesidades, están prostituyendo el ejercicio de la política: dejan de servir, para servirse de los ciudadanos. Cuando la soberanía recaiga de verdad en el pueblo, estaremos hablando de democracia real y no de partidocracia, donde la casta política sólo busca su bienestar con apariencia de seudo-solidaridad y exhibiendo un discurso buenista para fingir que están en sintonía con el pueblo. Sólo una persona desatendida en sus necesidades más básicas delata el fracaso de la política social. No se puede consentir esta terrible desigualdad entre los que tienen mucho y los que apenas tienen nada. Incluyo entre los ricos a la clase política y a los que viven de ella.

No se puede permitir que tanta gente viva en el arcén de la vida. Si no se atiende a esto, el resto de políticas serán un maquillaje que favorecerá a unos cuantos. Se invierten ingentes cantidades de dinero para cosas superfluas e innecesarias, tirando el dinero a carretas y, sin embargo, regatean las subvenciones y las ayudas. En cambio, a aquellos que están próximos a las ideas del partido, los utilizan como herramienta de propaganda: los recursos se reparten en función de los intereses políticos.

Una frágil democracia

La excesiva fiscalidad asfixia a los que tienen menos, empujándolos hacia el umbral de la pobreza o impidiendo que puedan salir de ella. La pobreza se vuelve estructural y endémica. Estamos frente a los últimos estertores de la «buena política», aquella que se concibe como servicio del pueblo, para caer en la antipolítica, o el mercadeo de los partidos, que actúan como sectas cuando llegan al poder. ¿Cuándo se respetarán los derechos humanos y civiles, la libertad de expresión, movimiento y acción, la justicia equitativa e imparcial?

Cuando la política sucumbe ante el poder y ensalza las ideas por encima de las personas, estamos llegando a una nueva forma de absolutismo que pisotea la dignidad del ser humano. Cuando se prescinde de algo tan sagrado como el valor de la vida, podemos hablar de la muerte de la democracia real, y esta multitud de gente que vive en la pobreza, muchos en la calle, sin recursos, aumentará exponencialmente. Los voluntarios no daremos abasto para acoger a tanta gente echada, literalmente, fuera de la sociedad con la aquiescencia de las administraciones, que dicen hacer lo que pueden, pero hacen bien poco. Nadie mueve un solo dedo para emprender una política valiente de lucha contra la pobreza. Aquí están los voluntarios, convertidos en enfermeros sociales, oxigenando las almas caídas y ahogadas. La Iglesia se ha convertido en un hospital de campaña para todos aquellos que necesitan, al menos, recuperar su dignidad.

sábado, mayo 01, 2021

Silencian la verdad y viralizan la mentira


Los medios han perdido el rumbo

La verdad es un valor sagrado que recogen la filosofía y la teología, el derecho y la ética. La verdad hoy es un concepto muy manipulado, especialmente en el periodismo y en los medios de comunicación, cuando los editoriales de la prensa están totalmente ideologizados.

Si en política podemos afirmar que el nivel de corrupción de los partidos y de los gobernantes es muy alto, cuando los medios se convierten en correa de transmisión de ideas al servicio de la casta política, también podemos decir que el periodismo ha caído en una honda crisis. Además de ser obedientes y esclavos del discurso y la narrativa hegemónica, se están saltando algo nuclear de la esencia del periodismo: la defensa de la verdad.

Los medios se están convirtiendo en instrumento al servicio de los partidos. Les interesa sobrevivir ante la competencia y la variada oferta, y harán lo que sea para asegurar su economía. La ética y la verdad se han alejado de los medios de comunicación. Vendidos al mejor postor, son mercenarios de los ideólogos. Todo vale, poco les importa la verdad. Se deben a sus amos. Si han de matar la dignidad y la identidad de una persona, lo harán sin miramientos. El periodismo está en crisis porque se ha prostituido. Le interesa crear noticias, incluso ficticias, manipulando los hechos y desinformando. A veces se limitan a decir medias verdades, otras veces mienten deliberadamente y crean montajes periodísticos que les aseguren su cuota de seguidores y alimenten la voracidad de los colectivos que disfrutan removiendo el estercolero social. No calibran el daño que pueden causar. Estamos asistiendo a la muerte del periodismo, tanto de prensa como de radio y televisión. Todo está permeado por las consignas dadas por los altos poderes, eso sí, disfrazado de buenismo.

Falta ética en el periodismo

Si en medicina se hace el juramento hipocrático, también en periodismo debería guardarse algún juramento sobre el ejercicio sagrado de comunicar la verdad. Un código deontológico que establezca una línea roja para no caer en la instrumentalización de tan digno oficio: ser transmisores de la verdad, de los hechos ocurridos, desde la imparcialidad. Así como un médico no puede ejercer la medicina si no se adhiere a los principios de su profesión, que implican el cuidado absoluto y el respeto a su paciente, lo mismo con el periodista: se debería pedir una total adhesión y amor a la verdad.

Se constata que hay un periodismo de la mentira, porque ya poco importa la verdad. La realidad se tergiversa en función de unos intereses. Constato una tendencia muy peligrosa en los medios: se están convirtiendo en jueces de la sociedad, señalando y sentenciando a quienes no comulgan con su ideología, etiquetándolos y condenándolos a la muerte civil. Hay noticias que se utilizan como armas arrojadizas, auténticos misiles cargados de mentiras para destruir a quien piensa diferente. Se debería establecer un marco ético y profesional donde no se permita convertir la profesión en un periodismo de trincheras, en un bandolerismo mediático.

El brillo de la verdad

La verdad molesta demasiado. Su brillo es claro y contundente, pero se silencia porque se tiene miedo cuando da en la diana. Molesta tanta luz. La verdad es realista, no se basa en lo ficticio o en lo inventado. Es transparente, clara como agua cristalina. La verdad tiene que ver con la belleza, con la bondad, con lo real. Huye de la mentira, no pueden convivir juntas. Por eso intentan silenciarla, acallándola, frenándola o escondiéndola.

La verdad no interesa porque libera y es profundamente inquietante, porque derrumba los castillos que levantan los arquitectos de la mentira.

Los señores de la mentira tienen un ejército bien pagado para que esta corra a la velocidad de la luz, permee la sociedad y la gente crea en ella. Los amos de la mentira no duermen, poseen tecnologías muy potentes a su servicio y dominan los grandes medios de comunicación para cubrir todo el planeta. Quieren hacer millones de discípulos del engaño. Pero la mentira es como un fuego devorador del alma, que no calienta y que acaba calcinándolo todo. Quien cree en ella terminará viendo su existencia arrasada, convertida en un muñeco sin vida, a merced de aquellos que le están teledirigiendo. El «Gran Hermano» existe, y tiene armas de ingeniería social y todo un lenguaje muy bien elaborado desde la neurología y la psicología. Desde los medios tecnológicos pueden modelar a la persona hasta convertirla en una marioneta manejada por hilos invisibles.

No contribuyamos más a esparcir la mentira. Nos roba la dignidad. El fuego de la mentira se apaga con el oxígeno de la verdad. Aunque no lo parezca, es más fuerte que un ejército de pirómanos mediáticos. Se trata de luchar por la verdad, para que nos lleve a la libertad. Es lo único que puede derribar los muros de la mentira. 

¿No creéis que deberíamos hacer lo contrario del título de este escrito? Viralizar la verdad, rechazar la mentira. 

domingo, abril 18, 2021

El virus de las ideologías


En este contexto de pandemia, no se deja de hablar de un virus, el Sars-Cov-2. Este patógeno ha suscitado mucha preocupación y sobre él se han publicado numerosos estudios e investigaciones. Los medios de comunicación no dejan de comentar su letalidad, despertando una profunda inquietud en la población.

En esta reflexión quiero describir y alertar sobre otro virus de carácter más intelectual, pero no menos real, que afecta a la salud de la sociedad. Inoculado desde las instancias políticas, está polarizando a la ciudadanía y fracturando la convivencia. Me refiero al virus de las ideologías. La primera víctima de este virus es la persona, su identidad y su libertad.

Se puede considerar ideología aquella estructura de pensamiento que sostiene una determinada visión del mundo y, considerándose la más correcta o la única verdadera, quiere imponerse a las demás por la fuerza, buscando adeptos que se sumen a ella, sin tener en cuenta consideraciones morales y éticas.

Cuando las ideas están por encima

Desde un punto de vista filosófico, toda ideología tiende a dar más valor a las ideas y a las estructuras que a la persona como tal. La individualidad se relativiza y el grupo o colectivo está por encima de la persona. La ideología va directamente a atacar la esencia del individuo si piensa diferente y no acata la narrativa del grupo. Quedará al margen, y su derecho a la libertad de opinión y expresión será pisoteado. Este derecho fundamental, defendido por nuestra constitución, se ve amenazado cuando una ideología quiere imponerse a otras sin respetar la peculiar forma de sentir y pensar de cada cual.

En las arenas políticas se da una lucha sin cuartel por la hegemonía, usando una dialéctica agresiva de un partido contra otro. Como vemos, la actividad parlamentaria de nuestros políticos está marcada por la violencia verbal y, a menudo, por la defensa de un pensamiento único. Hay quienes hablan de terrorismo ideológico. Los parlamentos se están utilizando como campo de batalla donde se promociona esta forma de violencia política.

El circo político

Todos los partidos, especialmente el que gobierna, que tiene la posibilidad de usar todos los medios: económicos, legales y propagandísticos, se valen de un lenguaje populista, para inocular a la gente su modo de concebir la vida y la sociedad. Los discursos falaces y teñidos de ideología buscan la manera de mantener a un grupo en el poder. Un gobierno fuertemente ideologizado puede llevar al país a la división y, a largo plazo, a la desintegración social. Si este gobierno ejerce un poder autoritario, hará lo que sea para hacer encajar la realidad en sus esquemas, sin referencia moral alguna, y proyectar su cosmovisión a través de políticas transversales que abarquen todos los ámbitos de la vida: educación, cultura, economía, territorialidad. El uso del lenguaje es un arma decisiva para imponer ideas, modificándolo e incluso forzando su estructura gramatical y filológica. Todo ello con el fin de llevar a cabo una auténtica ingeniería social y cambiar la mentalidad de los ciudadanos, sometiéndolos a la nueva religión del estado. Los que detentan el poder quieren fieles vasallos, sometidos y cumplidores de sus mandamientos.

Está en la naturaleza de las ideologías seducir, primero, con un lenguaje buenista y apelando a los sentimientos humanos más básicos. En segundo lugar, cada ideología apela a su superioridad moral frente a las otras, a las que tacha de erróneas, malvadas o falsas. Está por encima de cualquier otro postulado que pueda cuestionar su discurso. Poco a poco, a medida que la nueva «religión» gana terreno, irá introduciéndose en las conciencias para ir permeándolo todo: familia, lengua, relaciones, cultura, hasta modelar a una buena parte de la sociedad.

Un derecho fundamental

Lo cierto es que cualquier ideología, venga de donde venga, ataca lo nuclear de la persona: su libertad y su derecho a pensar, expresarse y vivir según sus valores. Cuando esto ocurre, la instancia política está pasando por encima de los derechos naturales, civiles y personales. Ninguna ideología debería coartar el legítimo derecho a pensar y hacer como cada cual quiere, dentro de unos límites éticos para no pisar los derechos de los demás. Todo lo que no respete la dignidad y el don sagrado de la libertad es un atentado a la persona.

Como bien sabemos, en el mundo ha habido y hay regímenes totalitarios que, en aras a sus ideas, someten a una nación entera. Esto es terrorismo de estado. Es el último paso en la carrera de las ideologías, y a donde pueden desembocar todas si no respetan ciertos límites.

El ciudadano, primero

Alerta con las ideologías del color que sean. Los gobiernos están al servicio de la ciudadanía, y no al revés. El estado es para el ciudadano, y no el ciudadano para el estado. La fuerte carga ideológica hace que muchas veces los gobiernos se alejen de la realidad, cayendo en una tiranía que no busca el bien común, sino el suyo propio, y perpetuarse en el poder. Son muchos los que conciben la política como una carrera hacia el sillón, y harán todo lo posible para mantenerse en él, luchando sin piedad con todo tipo de herramientas, desde la propaganda hasta la intriga para quitar de en medio a quien les molesta y arrebatarles el puesto. Los adversarios se conciben como acérrimos enemigos en la conquista del poder. Las ideologías son el veneno inoculado como arma.

La sede de la soberanía del pueblo se convierte en escenario de estos enfrentamientos. Lo peor es que lo utilizan pensando, quizás, que nos están representando. En realidad, están utilizando nuestros votos para conseguir sus objetivos. Cada miércoles los ciudadanos españoles vemos cómo un teatro de mal gusto pone en escena a sus actores. Qué lejos están de ese servicio que prometen, cuando juran sus actas de diputados. Es una falsedad palmaria; en el momento en que ocupan su cargo, están iniciando su divorcio con la sociedad.

domingo, enero 17, 2021

¿Un futuro incierto?


Tras muchas conversaciones con personas conocidas, he podido palpar en sus ojos un miedo latente, contenido, a punto de estallar. Pues la situación de la pandemia se recrudece, las expectativas auguran una etapa larga de sufrimiento y un panorama complejo que va a poner en jaque mate la propia estructura social de nuestro país.

Con una economía debilitada, un paro atroz que va en aumento y unas medidas sanitarias frente al Covid-19 que no son eficaces, y unas relaciones sociales convertidas en relaciones virtuales, todo esto va debilitando la naturaleza psicológica de la persona, y la esperanza queda engullida ante un horizonte oscuro.

Son muchos los que cuestionan la disyuntiva entre salud y economía, desde médicos, sociólogos, empresario y otros pensadores. Plantear esta disyuntiva es imposible, porque no se puede separar esta doble realidad; la una no debería prevalecer sobre la otra. Muchos se preguntan si los gobernantes fundamentan sus decisiones en criterios científicos o políticos. La sociedad está cada vez más dividida, y la figura de los políticos cada vez más cuestionada, pues a menudo carecen de una conducta ética y son muchos los que piensan que se están aprovechando de la pandemia para sacar réditos partidistas. Lo cierto es que hay un desconcierto ante la gestión de la pandemia. La verdad es que esto me preocupa porque genera confusión a muchas personas.

Entre los medios de comunicación empiezan a surgir voces que cuestionan el discurso oficial y, sobre todo en las redes sociales, se da una batalla campal entre los crédulos y los conspiranoicos. Lo cierto es que, más allá de las posturas enfrentadas, desde un punto de vista científico, el Covid-19 sigue generando muchas dudas ante miles de preguntas que surgen sin encontrar respuesta convincente, por la falta de un debate serio sobre el tema.

Los medios de comunicación y los políticos van por un lado; los médicos están muy divididos y los virólogos, epidemiólogos e inmunólogos plantean serias dudas, no porque cuestionen la existencia del Sars-Cov-2, sino porque les inquieta la escasez de estudios científicos concluyentes y les preocupa que las decisiones adoptadas no sólo sean éticamente correctas, sino que estén fundamentadas en criterios realmente científicos.

Lo que es evidente es que, si por salvar la salud, muere la economía, la falta de esta acabará matando la salud. Es necesario un profundo discernimiento que vaya más allá del discurso repetitivo sobre el Covid-19 y, sobre todo, un análisis desde la serenidad. Nuestros gobernantes, quizás en algún momento por falta de lucidez, pueden errar. A veces hay que poner distancia ante los medios y las noticias, ser críticos y cuestionar ciertas medidas que imponen los gobiernos, y esto no es necesariamente “negar el bicho”. Tenemos derecho a opinar de manera respetuosa y a cuestionar ciertas decisiones. Si lo hacemos con otros temas y aspectos de la vida política que no nos gustan, ¿por qué en este tema nadie puede opinar diferente? Algunas personas me dicen que siempre hemos sido muy críticos con nuestros políticos, sobre todo ante los casos de corrupción y sus conductas poco éticas. Sin embargo, ahora, ante esta crisis, les estamos brindando una confianza ciega, que raya el sometimiento y el servilismo. ¿Por qué esta obediencia inusual a nuestra casta política? Porque esta vez han utilizado un arma poderosísima con el total apoyo de los medios de comunicación subvencionados: el miedo.

El miedo ante un virus desconocido y contagioso, el pánico colectivo, el temor a morir, ha sido el gran recurso sicológico que han empleado las autoridades de todo el mundo para someter, voluntariamente, a una gran parte de la población. A base de mensajes bien estudiados, eslóganes y consignas, pretenden quitarnos la capacidad de razonar, dudar o criticar. Con las medidas policiales y de control, están logrando sembrar la desconfianza y convertir a unos ciudadanos en vigilantes de otros. Con el aislamiento y la digitalización, se evitan los encuentros sociales, se enfrían las relaciones familiares y se apagan las iniciativas de grupo. No hay individuo más frágil que el que está solo y aislado. Y mientras la gente sufre, espera y obedece, hay quienes no están sufriendo los efectos de la pandemia, sino recogiendo enormes beneficios. La economía y la crisis sanitaria, para algunas grandes empresas y corporaciones, han ido de la mano. La pandemia, para otros, ha sido una gran excusa para afianzarse en el poder y recortar, cada vez más, las libertades de la gente.

Esperemos, sí, que esto termine. No sólo la crisis sanitaria, sino la crisis de miedo, de incertidumbre, de soledad y de aturdimiento colectivo que estamos viviendo. Y que la justicia, y la verdad, salgan finalmente a la luz. Porque la salud de todos también depende de esto.