miércoles, abril 20, 2005

Fundamentos teológicos de la calidad

La calidad es una de esas palabras “talismán” de nuestra sociedad, utilizada por muchos empresarios, consultores, profesores y ejecutivos. Tan ensalzada está que ha llegado casi a la categoría de ley, pues hoy día se certifica y se acredita con toda clase de documentos, inspecciones y estudios. La calidad es una garantía de fiabilidad para toda empresa, institución o producto.

Existen muchos métodos para conseguir la calidad. Los expertos han elaborado complejos métodos y procesos para medir y comprobar la calidad. Este concepto, tan propio de la cultura empresarial, empieza a llegar a otros sectores sociales, especialmente al campo de las ONG y las instituciones docentes, religiosas, sanitarias... Cuando la calidad llega a estos campos, necesita un fundamento más allá de la pura certificación de calidad. No se trabaja por calidad “para” obtener una calificación, sino “porque” se parte de unos valores y principios.

Desde el punto de vista cristiano, la calidad no es una mera exigencia social, sino un deber moral intrínseco de la persona.

¿Qué es la calidad? Dejando aparte definiciones técnicas, la calidad, en palabras llanas, es “hacer las cosas bien”. No sólo basta con hacer cosas “buenas”. Esas cosas deben hacerse con excelencia. Es el “cómo” lo que interesa, más que la acción en sí.

¿En qué valores o fundamentos nos podemos basar los cristianos para alcanzar la calidad? El primer maestro en calidad es el mismo Dios, Creador. El ha creado el universo con excelencia inigualable –“y Dios vio que era bueno”- dice el Génesis. Al regalarnos el mundo, la naturaleza, la belleza de todo lo creado, ha pensado en su criatura y en lo mejor para ella. Dios ha creado un hermoso jardín –el mundo- para que vivamos en él. Y no ha escatimado en calidad. Ha volcado toda su creatividad, toda su inteligencia amorosa, todo su ingenio y su libertad para crear un mundo de belleza incomparable.

Si al crear el universo y el mundo Dios ha derrochado ingenio y creatividad, aún más lo ha hecho al crear el ser humano, “a su imagen”. En nuestra creación Dios se ha recreado, con su más pura artesanía, volcando amor en cada gesto creador. Como una filigrana, nos ha moldeado con infinita delicadeza y nos ha infundido una gran fuerza interior, capaz, como él, de amar, de recrear, de construir, de inventar, de embellecer su propia obra y acabarla.

Dios ha sacado un “cum laude” en calidad a la hora de crear el mundo y el hombre. El es nuestro modelo. Para un cristiano, la calidad debe ser una manera de hacer al modo de Dios. ¿Cómo haría Dios este trabajo? Esta es la gran norma para la calidad en nuestra vida cotidiana.

En Jesús, la calidad de Dios llega a su máxima expresión y plenitud. Jesús fue hombre, vivió entre nosotros. Su vida también nos enseña el arte de la calidad.

Para un cristiano, la calidad es el arte de hacer según Dios. Esta motivación es suficiente para lanzarnos, con creatividad, a revolucionar y mejorar nuestro trabajo, incluso en el mundo empresarial. Porque, además, esta calidad siempre tendrá en cuenta el máximo bien de la persona. Será una calidad íntimamente ligada a la caridad. “Caridad con calidad”, esta podría ser una máxima para el trabajador, el voluntario, el ejecutivo, el empresario cristiano.

Por otra parte, no basta con llegar a la calidad técnicamente perfecta. También es necesario tener en cuenta a las demás personas de nuestro entorno. Una calidad sin solidaridad está vacía de sentido. Podemos hacer algo de manera excelente, incluso un apostolado. Si no tenemos en cuenta el bienestar de las personas, especialmente de las más alejadas o marginadas, nuestra calidad será vanidad. Esta reflexión deberían hacerla muchos gobiernos y empresas, que luchan por conseguir la calidad y un estado del bienestar, pero hacen poco por remediar las situaciones de pobreza de muchas personas. Jesús hizo las cosas bien, y nunca desatendió a los pobres. El es nuestro gran referente en la calidad.

Joaquín Iglesias
Fundación ARSIS

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