domingo, mayo 15, 2005

La migración, motor de la sociedad

En el momento actual, la inmigración se está presentando como un fenómeno que conlleva problemas diversos. La incapacidad de las administraciones para canalizar la afluencia de personas extranjeras que vienen a nuestro país, así como las actitudes de reserva y de temor ante lo desconocido por parte de la sociedad generan actitudes negativas y de rechazo ante este fenómeno.

Pero, dejando aparte las ideologías, intentemos contemplar la migración con una perspectiva histórica y social más amplia.

La migración es un hecho natural. Las plantas emigran, llevando sus semillas de un continente a otro. Muchos animales son migratorios; cada año emprenden largos vuelos por el aire o largos trayectos por mar o tierra en busca del calor, de un lugar fértil para criar y sobrevivir. Así ocurre también con la especie humana. Desde su origen, la humanidad es emigrante. Las grandes civilizaciones han sido pueblos que se han desplazado desde sus orígenes a otros lugares. Las migraciones han sido motor de la historia y del progreso.

¿Cuáles son nuestros orígenes? Si retrocediéramos en nuestros árboles genealógicos varias generaciones, nos sorprendería saber de dónde procedemos. Hoy día el 71 % de la población catalana es de origen inmigrante. Son estos inmigrantes los que han hecho crecer Catalunya hasta lo que es hoy. Y aún más, ahora mismo se está comprobando que la población está recuperando su ritmo de crecimiento y de recambio generacional gracias a los hijos de los inmigrantes. Por tanto, no podemos poner freno a un hecho que, además de natural, trae consigo crecimiento, riqueza económica y cultural, y progreso.

La legislación es un instrumento que debe ponerse al servicio de la humanidad. Una ley debe canalizar y regular un proceso, pero no frenarlo ni anularlo. El fracaso de las políticas de puertas cerradas está a la vista de todos. No podemos impedir que las personas emigren por su supervivencia o por su propia voluntad. Los Derechos Humanos lo afirman claramente: toda persona tiene la libertad de desplazarse y de residir allá donde quiera, para garantizar su dignidad de vida. ¿Cuántas leyes están vulnerando este derecho básico? Cualquier estudioso y experto del fenómeno está de acuerdo en que no se puede parar lo imparable. En este sentido, los políticos deberían dejarse aconsejar por los expertos en el tema y por el sentido común, más allá de los intereses partidistas. La inmigración en si no es un problema, es un hecho. La miopía política es la que crea el problema y pone obstáculos allí donde debiera haber cauces.

El gran trabajo que está realizando la sociedad civil a través de muchas organizaciones debería provocar un replanteo radical de las políticas. Las ONG sí saben responder rápidamente, aunque sus recursos son muy limitados. Llega un momento en que la sociedad civil es adulta, sabe lo que quiere, hace lo que cree ético hacer y disiente de las leyes y de la política cuando ésta no se pone al servicio del ciudadano. Cuando se ha alcanzado esta madurez social, los gobernantes deben escuchar y saber responder. De lo contrario, estarán trabajando en direcciones diversas, dispersando las energías y los recursos y dificultando el avance, que se producirá de todas maneras.

En lugar de frenar la oleada migratoria, debería canalizarse adecuadamente con los instrumentos jurídicos y administrativos idóneos, que no son los que existen actualmente. Hay que lanzar políticas creativas y audaces.

Más allá de las sensaciones o de los sentimientos de temor y de pérdida de identidad, hemos de conocer los hechos. Necesitamos a los inmigrantes. El mundo es una aldea global y nos necesitamos unos a otros. Las fronteras ya no tienen sentido. Cuando Internet invade todo el mundo y el “libre comercio” es aceptado y potenciado, ¿cómo no va a fomentarse la libre circulación de personas? ¿Acaso son más importantes las mercancías que los seres humanos?

Finalmente, cuando hablamos de migración, estamos hablando de personas, con nombres, con una familia, con una historia, cargados de sufrimientos y de esperanza, llenos de deseos de vivir en paz. Muchos de nosotros hemos sido inmigrantes o hemos tenido en nuestra familia a personas que emigraron y fueron acogidas en otros países. Hagamos lo mismo. No podemos cerrar las puertas ni negar sus derechos a alguien que pide ayuda. Si defendemos la vida, hemos de defender la dignidad de la vida y todo aquello que la facilite. Nadie emigra sin un motivo importante.

Desde esta reflexión, queremos invitar a los políticos y a los ciudadanos a reconsiderar el tema de la migración y a utilizar la creatividad para convertir el hecho de la migración en una gran oportunidad de crecimiento para todos.

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