domingo, julio 17, 2005

Rescatar la palabra

En plena era de las telecomunicaciones, y cuando la imagen parece haber invadido el mundo de la comunicación, un célebre publicista y comunicador nos dice que “una palabra vale más que mil imágenes”.

En nuestro mundo de hoy, en que recibimos a diario auténticas avalanchas de información, merece la pena reflexionar sobre el valor de la palabra.

San Juan evangelista inicia su evangelio con el hermoso prólogo de la Palabra. En él nos revela que Dios es comunicación. No es un ser extraño, alejado, endogámico y centrado en sí mismo, sino un Dios que se nos comunica, que se relaciona, que sale de si y se revela a través de un hombre. Jesús de Nazaret es la palabra de Dios. Una palabra que cala con fuerza e ilumina nuestra existencia.

Esta palabra es algo más que luz. A través de la palabra, Dios nos comunica su amor. Para los cristianos la palabra es sagrada porque Dios, esencialmente, es comunicación, es palabra, es comunión.

¡Qué importante es recuperar el sentido de la palabra dada y comunicada! Este mensaje interpela a los filósofos, a los literatos, a los políticos, y también a los sacerdotes. Unas palabras que no comuniquen amor, que no iluminen nuestra vida, son palabras vacías, huecas, sin sentido. El relato evangélico nos interpela para que todo aquello que seamos capaces de comunicar transmita el querer de Dios.

¡Cuantas veces la palabra es prostituida! Cada vez que no es expresión de su sentido auténtico la palabra es manipulada, mancillada y utilizada con fines interesados. ¡Y qué torrente de palabras absurdas dejamos ir cada día! Confundimos, criticamos, manchamos la fama de alguien, señalamos, juzgamos. Criticar a otra persona sin estar ella presente, difamar o hablar por hablar es traicionar la palabra. Es matarla. Es un deber moral hablar con seriedad. Hablemos de cosas bellas y creativas, de cómo construir una sociedad más justa y solidaria. Hablemos de lo que vale la pena. De lo contrario, es preferible callar.

Hemos de rescatar la palabra. El impacto de la moda y las tendencias actuales está secularizando una cultura que fue tradicionalmente cristiana y está barriendo sólidos valores humanos. También se ha secularizado la palabra y se la ha vaciado de su sentido; la han raptado. Tenemos que liberarla. Una palabra que exprese ternura, amor, relación, que exprese poesía, que responda a los contenidos más profundos del corazón humano, ésta es la palabra que hemos de rescatar.

La palabra auténtica nace del silencio. Un silencio que no es la ausencia de palabras, sino todo lo contrario. El silencio es presencia llena de significado. Si la palabra es de Dios, el silencio también es sagrado. Para llenar nuestras palabras de trascendencia, necesitamos silencio. Desde la oración saldrán auténticas palabras libertadoras del ser humano, palabras auténticas, capaces de convencer.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como dice Santa Teresa: hermanos, una de dos, o no hablar o hablar de Dios.