domingo, agosto 14, 2005

El problema del hambre, responsabilidad de todos

La prensa y los medios insisten mucho en la problemática del hambre. Hoy día, dos tercios de la población de nuestro planeta sufren hambre. La pobreza azota el mundo. No podemos girar la mirada ante ese drama humano. Con una buena distribución de la riqueza y unas políticas justas esta situación se podría paliar. Ante el dolor del mundo, hemos de ser sintónicos y expresar nuestra solidaridad en gestos palpables. Millones de personas mueren de hambre. Si sentimos, agradecidos, que Dios nos lo ha dado todo –el pan, la familia, el trabajo, los amigos, la fe... –no podremos permitir que a alguien a nuestro lado le falte el pan.

Pero la solución no sólo es cuestión de dinero ni responsabilidad exclusiva de los gobernantes. El problema de la pobreza y el hambre se resolverá con un cambio de mentalidad y de corazón. Nadie es causa directa del hambre en el mundo, pero cada cual contribuye a ella con su actitud de indiferencia o de desánimo. Todos podemos hacer alguna cosa. El milagro es que cada uno haga un pequeño esfuerzo personal. La generosidad produce un efecto multiplicador.

Si sumáramos la pequeña generosidad de todos los seres humanos, podríamos aliviar mucho la lacra del hambre. El verdadero milagro es compartir lo poco o mucho que se tiene.

Hambre de Dios

Pero no sólo hay hambre de pan. En el mundo hay hambre de comprensión, de dulzura, de amistad, de ternura, de familia... Mientras el hombre no tenga clara una referencia moral y religiosa, mucha gente morirá, no de hambre física, sino de tristeza.

Cuánta gente busca saciar su hambre y llenar su corazón, su alma, el vacío interior que siente por dentro. La gente busca sentido a sus vidas. Tiene hambre de Dios, deseos de felicidad, de encontrar un norte en su existencia. Al igual que hizo Jesús, el ministerio de la Iglesia consiste especialmente en esto: predicar y curar a los enfermos. La Iglesia debe estar cerca de los que sufren, fiel al carisma sanador de Jesús.

Sólo Dios puede saciar el hambre profundo del corazón humano. Uno de los apostolados cristianos y la primera obra de misericordia es dar de comer al hambriento. Pero no basta nuestra generosidad humana para mejorar el mundo. Sin Dios poco podremos hacer. Además de nuestro esfuerzo, es preciso rezar y bendecir. Bendecir –decir bien –es intrínseco del ser cristiano. Hemos de saber bendecir todo aquello que tenemos, pero también a las personas, incluso al enemigo. Maldecir congela el corazón humano. Bendecir al enemigo quizás un día lo convierta en amigo y transforme su duro corazón en un corazón generoso y lleno de bondad.

La oración nos alimenta del amor de Dios. Fortalecidos en ella, podemos correr a alimentar a otros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No es facil solucionar las cosas del tipo que sean si tenemos a los cabezas de las sociedades en todos sus campos (Sociedad,religión,política.etc,etc.) en todos y cada uno de los principales organismos no se está realmente por la labor de arreglar los problemas de éste nuestro mundo, queda el consuelo de que en esta fantástica obra maestra que (Dios)está creando en muchas partes del universo hay seres que lo hacen mejor que nosotros.- Despues de 2000 años de un mensaje y que conste que no solo Jesús lo supo interpretar otros hoy lo están haciendo y como a él les cierran la boca, ¿ Cómo no caer en el desánimo?frente la impotencia de ver que en los gobernantes ( que como ya he comentado)dentro de todas las areas o ciencias! no están ni ahí!!!"" Jesús desde este cielo que anunciais le dice a Pedro y pensar que empezamos hace 2000 años con una burra"" y si todo en todo, repito el único consuelo es que en otras partes los seres son mejores de lo contrario Dios no sería Dios.