domingo, abril 02, 2006

Del noviazgo a la ruptura política

Una luna de miel truncada

Podríamos comparar la relación de los políticos con sus ciudadanos a un idilio, que comienza con románticos paseos y una luna de miel llena de promesas. Cuando un político da los primeros pasos en su carrera, supuestamente para hacer un servicio a la sociedad, la ilusión y el entusiasmo suelen caracterizar esos momentos dulces de cercanía a sus ciudadanos. Muchos políticos han comenzado militando en las bases de sus partidos, con una gran fe en sus idearios y proyectos, llegando a manifestarse contra el gobierno de turno y sin escatimar esfuerzos y sacrificios en la lucha por lo que creen.

Una vez llegado al poder, el político es como un recién casado que tiene ante sí la oportunidad de iniciar una gran aventura, oficialmente comprometido con sus ciudadanos. Una relación ideal se consolidaría, siendo cada vez más firme, más auténtica y sincera. Y, por supuesto, con mayor amor, es decir, con un grado cada vez mayor de generosidad y entrega al otro.

Por desgracia, muchas veces la realidad nos muestra otra cosa. Muchas parejas, habiendo paladeado la miel de los primeros tiempos, se dejan abatir por el cansancio, el aburrimiento, las preocupaciones cotidianas por la familia, el trabajo, la economía… El amor se enfría, dejan de escucharse y la relación acaba menguando y resquebrajándose. En el mejor de los casos, se aguantan. En el peor, rompen. Y aunque esa ruptura sea el menor de los males, por una imposibilidad de convivencia, por el camino siempre hay víctimas que sufren.

Valga este símil para explicar el grave desencanto del ciudadano hacia sus políticos. Aquellos que, en su momento, le cortejaron, le prometieron, le escucharon, le llenaron de esperanza y de proyectos ilusionantes, aquellos que le vendieron unas hermosas ideas de democracia y libertad, una vez llegados al poder, han echado a perder su “matrimonio” con la ciudadanía. Han abandonado su compromiso para concentrarse en la lucha por mantener su poder a toda costa.

Restaurar el compromiso, un deber

Una vez instalado, el político abandona a su “novia”, llámese la sociedad o la nación, y se desentiende de ella. Pasa el tiempo y su ego engorda, a la vez que se apega cada vez más al sillón. Su fin ya no es el bien común, sino su propio bien y el de su partido, que lo mantiene ahí. Y acaba confundiendo el bien particular con el común, la conveniencia del partido con la del país, la lealtad a su gobierno con la lealtad a la nación. El ciudadano es una novia engañada, defraudada y, en algunos casos, prostituida y utilizada. No es de extrañar que una buena parte de la sociedad, un alarmante 50 %, ignore el mundo político y vuelva la espalda a sus derechos y deberes democráticos. Las víctimas de esta ruptura siempre son los más débiles y los más desfavorecidos.

Si el político quiere recuperar ese amor perdido de la ciudadanía, debe pasar por una depuración de intenciones y revisar profundamente si la finalidad última de su opción es el servicio a la sociedad. De no ser así, la postura más coherente y valiente es la de abandonar el poder. Cuando el político crea de verdad en su vocación de servicio recuperará la confianza de la gente.

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