domingo, octubre 01, 2006

La voz de los niños

Tras el boom demográfico de los años 70 y el protagonismo adquirido por la infancia en las décadas posteriores, hoy los niños vuelven a ser un tema recurrente en los medios de comunicación y en las arenas políticas, por motivos diferentes. Por un lado, a las ricas sociedades occidentales les preocupa la baja natalidad de su población nativa y los estados procuran, con diversas medidas, incentivar a las familias para que engendren más hijos, a fin de asegurar el relevo generacional y la sostenibilidad económica del conjunto social.

Por otro lado, tristemente son cada vez más las noticias que nos llegan de otras realidades: las de la infancia marginada y maltratada, sometida a toda clase de vejaciones y abusos, no sólo en los países pobres, donde los menores son esclavizados y explotados, sino en nuestros países del "primer mundo", donde la violencia se extiende cada vez más en los hogares y en el ámbito escolar.

Las instituciones internacionales y muchas ONG están trabajando en diversos países para erradicar el abuso y la explotación infantil, así como para paliar la pobreza, que afecta con especial dureza a las mujeres y a los niños.

La huella de la infancia en el adulto

Por otra parte, desde la psicología se está viendo que la vida y las actitudes de los adultos están marcados por las experiencias pasadas de su infancia. Muchas personas no han superado traumas infantiles: esto les produce inestabilidad emocional o las hace ser ingenuas, inmaduras o poco aptas para afrontar los conflictos y las realidades cotidianas. Para muchas de ellas es difícil "tocar de pies a tierra". Todas estas fijaciones hacen ver la importancia de una adecuada educación de los niños que los ayude a crecer armónicamente para que sepan madurar y, a la vez, cuando sean adultos, sepan desarrollar todo su potencial y conserven en su corazón todo cuanto de bueno tenían ya desde su infancia.

Es un deber social ayudar a los niños a crecer y a arraigarse en este mundo, cultivando en ellos la solidaridad y la sensibilidad hacia las personas más débiles y necesitadas. Hemos de enseñarlos a ser libres, con lo que esto significa: hacerse responsables de sus actos. Hemos de potenciar su creatividad y ayudarlos a soñar sin que por ello huyan de la realidad.

Convivir y crecer con los niños

El testimonio de los adultos debe animarlos a ser fieles y respetuosos con sus amigos, agradecidos, serviciales, y también reflexivos. Los niños han de aprender a buscar espacios de soledad y silencio, cada cual a su manera, para irse reencontrando consigo mismos y abriéndose al misterio de lo trascendente.

Los adultos y los jóvenes hemos de ser los primeros juguetes, y los más tiernos, para los niños. Con nuestros juegos ellos aprenden a amar a aquellos que los aman y cuidan. Es así como ellos y nosotros aprenderemos mutuamente unos de otros y, juntos, podremos ajardinar un poco más el mundo.

Cada vez más los niños dejan de ser "los que no hablan" (pues este es el significado de la palabra infante en latín). Sus palabras aportan chispas de alegría y de creatividad a la sociedad. Ellos son impulso para los adultos y los ancianos, gozo y esperanza para una sociedad estresada, lanzada agresivamente a la competitividad. Los niños son banderas proyectadas hacia el futuro de una nueva sociedad que deberá escuchar su voz.

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