domingo, mayo 15, 2011

¡Urgente!, un nuevo paradigma político

Tras leer varios editoriales de tendencias y posturas ideológicas diversas, tras escuchar a mucha gente de mi alrededor y algunos debates sobre economía y gestión política, compruebo que la inquietud y el pesimismo cunden en las diferentes capas de la sociedad, que vive sumergida en un abatimiento existencial profundo. Esto me lleva inevitablemente a cuestionarme sobre la auténtica salida de la crisis económica, más allá de las medidas concretas que se tomen. Todo esfuerzo para evitar gastos innecesarios será poco, aunque una de las claves para entender la crisis y sus posibles consecuencias pasa por una reflexión ética y filosófica de nuestra política.

Una nueva visión de la política

No sólo se necesita un nuevo orden económico, sino una nueva visión de la política, basada en una exigencia ética y personal de todos aquellos que ejercen un servicio a los ciudadanos. Sin un nuevo paradigma político no saldremos de la crisis, porque aunque sí que es verdad que la crisis global puede afectar a nuestra economía nacional y local, hay factores de adentro que agravan mucho esta situación en el contexto de una comunidad más reducida. La solución pasa por una gestión eficaz de las diferentes áreas del gobierno, depurando intenciones ocultas de ambición y poder, y eliminando gastos superfluos y derroches. Los políticos quizás no son culpables de la crisis, pero sí son responsables a la hora de afrontarla con eficacia. La obsesión enfermiza de mantenerse a toda costa en el poder, utilizando los recursos y el dinero público, resulta costosísima al ciudadano. Amiguismos, clientelismos, ambición desenfrenada y avidez por el dinero corrompen a la clase política. Los sobresueldos que nuestros gobernantes se asignan sin escrúpulo alguno le cuestan a la ciudadanía cantidades astronómicas y escandalosas que podrían servir para paliar los efectos de la crisis o reactivar la economía.

No saldremos de este bache si nuestro pensamiento no está basado en una concepción antropológica que tenga su centro en el profundo respeto a la dignidad del ser humano, dentro de una fraternidad existencial colectiva, y cuidando especialmente a los más frágiles. Una apuesta por una política y una economía humanizadoras puede ayudar a solucionar la crisis. Si nuestro voto no es un voto moral, fruto de una profunda reflexión, estaremos contribuyendo a que la crisis se alargue y continúe.

Los ciudadanos somos agentes de cambio

Es necesario un análisis a fondo sobre nuestra sociedad actual. Los ciudadanos somos agentes necesarios para crear un nuevo paradigma político. Somos actores, activos, en la creación de la sociedad del futuro. No podemos permitirnos que los políticos manipulen nuestras vidas y nos expolien a base de impuestos para engrosar sus bolsillos y mantenerse en el poder. Tampoco podemos consentir que el lenguaje falaz de las diferentes tendencias políticas utilice palabras talismán como progreso, bienestar social, libertad…, conceptos que suenan bien, pero que forman parte de una estrategia para jugar con los sentimientos y anestesiar a la sociedad.

La ciudadanía se ha de convertir en pedagogo de los futuros políticos. Si no asumimos este compromiso, nos encontraremos con una clase política absolutamente corrupta, capaz de degenerar la sociedad. O creamos una nueva cultura política o vamos hacia el abismo y el caos.

Por tanto, hemos de ser conscientes de que, en cada voto, nos estamos jugando el futuro de los próximos años y las nuevas generaciones. Tomemos conciencia realista del presente: podemos evitar un naufragio del mañana.

La persona por encima de las ideas

Los políticos, que llenan su discurso hablando de las personas, han de situar en el centro de su actividad el bien real de la gente. Deben darse cuenta de que la persona, con su dignidad, su libertad y su deseo de crecer socialmente, está por encima de cualquier ideología o sistema filosófico. De lo contrario, se perderán en el laberinto de su ambición y utilizarán a las personas para sus fines, alejándose de la realidad y de las aspiraciones y necesidades de la gente. La vocación política ha de ser entendida como un servicio. Si en ella no hay amor, generosidad y desprendimiento, no será eficaz desde el punto de vista humano.

Ojalá todos aquellos que tenemos una visión cristiana de la vida, que consideramos a la persona sagrada, y que hacemos una opción por los más necesitados, podamos aportar estos valores a un nuevo orden social, económico y político basado en la figura apasionante de Jesús de Nazaret, el hombre que renunció al poder y dio su vida por los demás. Sólo de esta manera evitaremos la demagogia que ha impregnado la vida política y podremos recuperar la dignísima labor, casi sacerdotal, de todos aquellos que se dedican a la actividad política como entrega generosa y sacrificada a favor de los ciudadanos.