domingo, agosto 10, 2014

Corrupción versus solidaridad

Cansados del expolio

Los medios de comunicación arrojan noticias cada vez más alarmantes sobre la corrupción en España. Los nobles y supuestos ideales de las fuerzas políticas con el tiempo van degenerando. El poder está irremediablemente ligado a la corrupción. ¿Qué ha sido del vigor inicial cargado de promesas y con una clara visión ética de la política? ¿Qué pasa cuando los ideales ceden paso a las luchas intestinas por mantenerse en el cargo? Es preocupante. Los ciudadanos han llegado a percibir la cuestión política como un problema social muy grave, como lo puede ser la economía o el terrorismo. Se podría hablar de una situación ya no coyuntural, sino estructural. El poder oscuro, que Tolkien describe tan bien en su obra El señor de los anillos, pervierte y contagia a quien lo toca. El gobernante que por primera vez se sienta en un sillón, quizás cargado de buenas intenciones, poco a poco empieza a sentir el placer de sentirse poderoso. Algo en él se metamorfosea, cambia y sin que se dé cuenta llega a convertirse en una afición patológica; es su tesoro, al que se aferra porque, con él, se llega a sentir como un auténtico dios. Se ha vuelto un adicto.

El ciudadano se siente desarmado e impotente frente a las consecuencias de este poder enfermizo y terrible. Nuestros políticos hablan de servicio, de libertad, de otorgar el poder al pueblo. Palabras talismán que cada vez los ciudadanos creemos menos. Asustan, creando una inseguridad jurídica vestida de democracia. El niño, el adolescente, el estudiante, el empresario, los desempleados, los enfermos de larga duración, las familias sin recursos… Son millones los que sufren una indefensión cada vez mayor. Y, mientras la sociedad padece e intenta sobrevivir, los líderes políticos se aferran al sillón y a sus ideologías para encubrir la flagrante corrupción que practican. Cada nuevo escándalo no es más que la punta de un iceberg enorme, que se ramifica y alcanza a todos los partidos que están o han estado en el poder. Las elecciones no bastan para remediar esto ni representan la voz de todos los ciudadanos, pues la abstención cada vez es mayor y las alternativas son pocas. La justicia que destapa a los corruptos, finalmente, tampoco logra que se cumplan sentencias ni penas apropiadas. No parece sino que la casta política es invulnerable y está por encima del bien y del mal. Las leyes que ellos mismos han aprobado los blindan para manipular la justicia y seguir jugando impunemente con los recursos públicos que aportamos el resto de ciudadanos. ¿Quién le pone el cascabel al gato?

La economía no crece por la recesión y por la excesiva complicación legislativa, que pone trabas a cualquier pequeño empresario o autónomo. La maquinaria legal bloquea el crecimiento económico de un país de gente creativa, cuya iniciativa se ve ahogada por los requerimientos legales y la enorme presión fiscal. Se expolia al ciudadano de a pie hasta la asfixia y, sin embargo, muchos imputados por corrupción salen indemnes. La hacienda pública, en su incapacidad para mantener el aparato político del gobierno, tira de las rentas más bajas para arañar lo que puede. Un mileurista puede ver su cuenta bancaria embargada por cien euros de deuda, y en cambio se dejan pasar millones de euros desviados por los políticos corruptos. Por otra parte, la ley permite que quienes tengan grandes fortunas puedan evadir los impuestos invirtiendo en bolsa. Entre el expolio de los políticos corruptos y la evasión de los más ricos, el estado tiene que exprimir a los ciudadanos de ingresos medios y bajos para poder sostener el carísimo coste de una estructura de gobierno elefantiásica. Se recorta el gasto en sanidad, educación y ayuda social a los más desfavorecidos, cuando cada vez hay más situaciones que claman al cielo. Las organizaciones humanitarias necesitan más apoyo que nunca y, cuando ven que las subvenciones se reducen o desaparecen, la respuesta siempre es la misma: no hay dinero.

¿No hay dinero? Mejor sería preguntar: ¿dónde está el dinero?

Una propuesta

Propongo lo siguiente. Obligar a los políticos, empresarios y banqueros corruptos a devolver todo lo robado, además de someterse a un juicio penal. Y que estas cantidades devueltas se dividan en cuatro partidas iguales para reforzar los pilares del bienestar: la primera que se destine a reforzar el fondo para las pensiones, la segunda para la sanidad pública, otra para mejorar la educación y la cuarta para aumentar el apoyo a la solidaridad, es decir, a favor de las ONG que se dedican a ayudar a los más desfavorecidos. De esta manera, el dinero robado al ciudadano volvería a revertir en la ciudadanía, especialmente los sectores más débiles y necesitados.

La corrupción es tan alta que se podrían resolver muchos problemas consolidando estas cuatro acciones. Qué mejor destino para un dinero sucio y prostituido que limpiar y paliar el dolor de tantas personas que se ven en la indigencia, física y moral, y que están desprotegidas ante un estado que ha olvidado al que tiene poco y al que no tiene nada y vive en la miseria. Si la finalidad de la política no es ocuparse de las personas, especialmente de las más vulnerables, estamos convirtiendo el servicio en poder. Y cuando esto sucede, le hemos quitado el alma a la política. Esta pierde su razón de ser, olvida toda ética y, como consecuencia, la corrupción, el abuso y la manipulación proliferan.

Los ciudadanos aún somos libres. Tenemos muchas formas y recursos para organizarnos y, de manera legal, hacer propuestas y aunar fuerzas para que nuestros representantes hagan justicia y sirvan, de verdad, a todo el pueblo. Basta que lo creamos. ¡Pongámonos manos a la obra!